jueves, 2 de septiembre de 2010

Ligar, en todos los sentidos (III)

3. Mezclar otra porción de metal con oro o con plata cuando se bate moneda o se fabrican alhajas

Londres le parecía menos ajeno. Él la había llamado. Invitación abierta a la noche y una pata de conejo en el bolso. Laura había cruzado el Canal huyendo de una mala suerte que se le coló en la maleta. Él llegó puntual y ella esperaba el defecto. Podría ser un cabrón o un egoísta. Algo tenía que fallar. Y supo lo que era cuando su estómago, tirano, se declaró a punto de abdicar. Le dejó el bolso en plena calle y corrió hasta un pub para saltar hacia el servicio. Maldecía su suerte cuando se apagó la luz y la puerta del baño se trabó electrónicamente y nadie oía sus gritos en el pub cerrado. Lloró. Tras el desconcierto, la duda, y la espera en la calle desierta, él se habría marchado suponiéndola loca o algo peor. O habría revisado el bolso, acudido a la policía, a los hospitales, antes de rendirse. En todo caso la habría dejado fuera de su vida. Apenas se conocían. Imaginó la noche perdida y lloró otra vez. Al fin se durmió en ese sótano oscuro. La despertó la mujer de la limpieza y Laura subió las escaleras corriendo para evitar la vergüenza.
Al llegar arriba lo vio, sentado en una mesa. Tenía cara de fatiga y sonreía mientras le mostraba la pata de conejo.



© Carlos Salem, “Yo también puedo escribir una jodida historia de amor”, Ediciones Escalera


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