La niña se divierte pintando círculos que podrían ser una tetera vista desde abajo o la tierra vista desde lejos.
Un día, sin avisar, uno de ellos se descuelga del cuaderno, baja del escritorio pupitre y sale rodando. Primero recorre por el pasillo de casa, luego llega al balcón, se cuela por los barrotes de la terraza y cae a la calle entreverándose con los coches que circulan.
Sólo entonces se siente acompañado, el círculo. Casi como en familia.
© Sylvia Navone
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