lunes, 6 de septiembre de 2010

Puñaditos de arena

(Uno de mis ejercicios favoritos en los talleres de minificción es proponer la escritura de un microrrelato a partir de una foto, que pueda entenderse SIN  ver la foto. Estos son algunos de los espléndidos resultados)


La casa

Le costó mucho construir su casa. No hubo arquitecto, ni aparejador ni albañiles. La hizo con sus propias manos, como había sido su sueño desde niño. No tenía casi muebles, pero no los necesitaba. Era su hogar, el soñado, en la playa, en primera línea.
Solo había un problema: las mareas, que le obligaban a construirla una y otra vez, pues la casa de sus sueños estaba hecha de arena

© María Dolores Cano Menárguez





De paso
Ernest no había encontrado alojamiento disponible en Sandhill y en ese momento no disponía de posibles aparte sus escasas pertenencias ya que aún le faltaban tres días para cobrar el subsidio. Sin amigos ni conocidos allí, se propuso no pasar ese día sin al menos la sensación de hogar a la que tan acostumbrado había estado antaño, para lo cual se propuso fabricarse en la playa un tresillo y una mesita de centro con arena y la ayuda de una tablita que había encontrado en un contenedor cercano. Tal fue su afán que en poco más de dos horas ya los tenía perfectamente confeccionados y con todos sus detalles. Colocó sobre la mesita el móvil, unos velones que consiguió en un bazar cercano y su sempiterno paquete de Lucky Strike.
Sólo pensaba en que a la mañana siguiente, cuando la marea se hubiese llevado todos esos muebles, nada podría arrebatarle el recuerdo de ese improvisado salón al raso, fruto de sus propias manos.

© Antonio Alfeca



Arena. Castles in the air. Me sacaste de casa de mis padres, de mi grupo de amigas y amigos. De los desternillantes juegos con mi hermana pequeña. Yo era casi una niña aún. Me prometiste el reino de oros que una princesa como yo merecía. Lujos, viajes, placeres, albas de diamantes y ocasos de esmeraldas. Empezaríamos en un apartamento modesto, dijiste, como transitorio punto de partida hacia el paraíso. Una habitación pequeña, una alcoba angosta, la cama pegada a la pared, “¡¡mejor, para estar más juntitos!!” y ducha no, bañera, “porque somos ecológicos, ¿no, cielito lindo?. Calefacción… ¡casi que no nos va a hacer falta, con lo fogosos y sanotes que somos nosotros, pichurri mía!"
Ikea mola. Ambientazo. No, los montamos nosotros porque es un ejercicio psicomotor excelente. ¿Estarás en casa para cuando lleguen los muebles, cielo?
De momento sólo tenemos un tresillo, un cojincito y una mesita delante. Él, que es muy detallista, ha colocado encima una flor de plástico, su tabaco, gracias, un mechero, un cenicero y el mando a distancia.
Sé que soy feliz, pero mis padres y amigos, que son unos plastas, se empeñan en criticar mis hipotéticas ojeras, mi supuesta pérdida de peso y comentan, agrios, que ya no se me ve el pelo por el taller de poesía. ¡Pero qué sabrán ellos! Qué mala es la envidia.

(De repente ella se da cuenta de que todo es de arena y de que sube la marea).

© Malicia Cool XX



El perfecto seductor

Cada semana una víctima distinta. Primero, el contacto visual. Después, la seducción 
mediante el lenguaje. Al final, siempre se las llevaba a algún rincón íntimo de la playa 
donde se consumaba el crimen. Nada se sabía del sugerente psicópata porque nunca 
dejaba huellas, y esto era así porque cada día creaba un escenario nuevo para cada 
víctima, y lo volvía a deshacer una vez terminado el acto. La arena era el único testigo.
© Laura Sánchez González



Síndrome de Stendhal
Llegó un par de minutos antes al local y observó con atención la escena. 
El cojín estratégicamente colocado en una esquina del sofá. Velas y flores del Todo a cien. La luna llena, desafiante, reflejada en el mármol impoluto de la mesa. Aroma a incienso. Un tango en la gramola. Y gomina, mucha gomina, en su pelo.
Le llamó más tarde para cancelar la cita. Aquella noche ella no había conjuntado su ropa interior.


© Mayte La La La


Grano a grano

Mi amigo Fran es un escultor especial: todos los años viaja a la misma playa y se pasa los días dando forma a la arena,  arropado por veraneantes curiosos. 
Hace dos meses que su novia le dejó. Me llamó esa misma noche: habían quedado en su casa y él preparó una escena romántica con velitas y todo. Se sentaron en el sofá y ella le confesó que ya no lo quería. Quedó destrozado. Desde entonces, Fran solo esculpe aquella escena, en la que su ex ya no aparece. Intenta hacernos creer que la ha olvidado. 

© Jonatan Sánchez Martín


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