Eva consiguió pulsar el botón de alarma del móvil a duras penas.
— Mírame —dijo él.
Silencio.
— Que me mires, joder.
Silencio.
— ¡Mírame, coño!
Silencio.
El camión de la basura, a las dos, puntual, carraspeó cansino en la madrugada triste del barrio popular. La luz de la farola de enfrente, intermitente, titilante, aliada del frio, penetrando los vidrios rotos de la ventana de la cocina, iluminaba el sombrío rostro del hombre.
Estarían al llegar.
— No me hagas esto.
Silencio.
— ¡¡Que me mires, hostia!!
Qué miedo.
Eva obedeció. Levantó la vista desde el suelo hasta la cara congestionada de él.
El cuchillo en la encimera.
Llegarían a tiempo.
— No me hagas caso, mi amor —cambió él de registro, una mano levantada hacia el rostro de ella en ademán de caricia inconclusa—. Voy a cambiar. Te lo juro.
Silencio.
— ¡Mírame a la cara!
Ya vendrían de camino, raudos a salvarla.
— ¿Qué tienes escondido en la mano, so puta?
Eva escondió el móvil.
Tenían que estar en el portal; ya subían, seguro.
— ¡¡Les has llamado, cagondiós!! —repitió él, cuchillo en mano.
Llegaron a las siete. La sangre coagulada de Eva irisaba el linóleo del piso de la cocina cuando entraron.
Ya no respiraba.
© Pedro Avilés 2009
— Mírame —dijo él.
Silencio.
— Que me mires, joder.
Silencio.
— ¡Mírame, coño!
Silencio.
El camión de la basura, a las dos, puntual, carraspeó cansino en la madrugada triste del barrio popular. La luz de la farola de enfrente, intermitente, titilante, aliada del frio, penetrando los vidrios rotos de la ventana de la cocina, iluminaba el sombrío rostro del hombre.
Estarían al llegar.
— No me hagas esto.
Silencio.
— ¡¡Que me mires, hostia!!
Qué miedo.
Eva obedeció. Levantó la vista desde el suelo hasta la cara congestionada de él.
El cuchillo en la encimera.
Llegarían a tiempo.
— No me hagas caso, mi amor —cambió él de registro, una mano levantada hacia el rostro de ella en ademán de caricia inconclusa—. Voy a cambiar. Te lo juro.
Silencio.
— ¡Mírame a la cara!
Ya vendrían de camino, raudos a salvarla.
— ¿Qué tienes escondido en la mano, so puta?
Eva escondió el móvil.
Tenían que estar en el portal; ya subían, seguro.
— ¡¡Les has llamado, cagondiós!! —repitió él, cuchillo en mano.
Llegaron a las siete. La sangre coagulada de Eva irisaba el linóleo del piso de la cocina cuando entraron.
Ya no respiraba.
© Pedro Avilés 2009
(Pedro Aviles escribe novela negra y no podía ser de otro modo: trabajó durante tres años en El Caso durante tres años y siete en la revista Interviú llevando los sucesos, y tres más en un programa matinal de Telecinco, llevando una sección de crímenes sin resolver. Y eso marca, aunque enseña a contar, desde cerca, el lado más duro de la vida )
2 comentarios:
Muy bueno, tan real que da pánico
Elena Casero
¡Gracias, Elena!
Pedro Avilés
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