— No le late el corazón. Tiene la cabeza desmayada. No le encuentro el pulso. Creo que está fiambre.
— Usted llegará lejos, López. Siempre he dicho que tiene capacidad de deducción.
— Gracias señor comisario. ¿Qué hacemos con la mujer? Parece consternada.
— Póngale algo por encima que se va a constipar. Y consternación y constipado casan muy mal.
— El finado tenía treinta y dos años, comisario. Y parece ser que no era el que reparaba el ordenador, como ha dicho la señora. Aquí no hay ningún maletín con herramientas, ni siquiera un destornillador.
— Eso me temía. Abróchele bien los botones de la camisa y súbale la cremallera de la bragueta al finado, López, que ya no le va a hacer falta reparar ningún aparato.
— Fíjese comisario. La cama ha quedado inservible. Parece un animal destripado.
— Ya veo. Dígale a la madre abadesa que deje su consternación para otro momento y que no se preocupe, que ya veremos de arreglar el asunto.
© Elena Casero
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