Don Quijote de la Mancha pasaba apuros económicos. La crisis había llegado a todos y en un mes se le acabaría el paro. Así que vendió su armadura y compró una bata blanca sobrándole mucho dinero. Como no podía mantener a Rocinante lo cambió por una silla mecánica último modelo. A cambio de su espada le dieron una navaja afilada y no pocos maravedís. Hace dos semanas que está asentado para no derrochar los ahorros por caminos polvorientos. Por fin está seguro de su próxima aventura, y por nada del mundo vendería ya su yelmo. Desde que abrió la barbería resuelve entuertos y protege a los desfavorecidos como nunca. Ahora controla los gaznates de medio pueblo.
(C) Jonatan Sánchez Martín
Paseo matutino
Un ambiente húmedo lo empañaba todo en invierno, pero daba lo mismo: mi dueño veía igual de mal con gafas o sin ellas. Aun así siempre salíamos. Me enganchaba la correa y tiraba de mí hasta el parque. Solo allí se sentía como pez en el agua: respirando esa paz de la dormida ciudad, huyendo de las cuatro paredes que a todos nos aprisionan.
A la vuelta, por la calle, nos cruzábamos con los más madrugadores. La gente nos miraba extrañada, algunos se compadecían a una distancia prudencial y los más crueles hasta se reían como si sus vidas tuvieran más sentido. Él les devolvía el gesto desde sus cuencas vacías y difusas. Los detestábamos. Mi dueño me quería y me comprendía: pocos sabían lo que era vivir tras un cristal empañado. Tengo mucho que agradecerle, los rodines del acuario fueron para mí como las piernas que nunca tuve.
(C) Jonatan Sánchez Martín
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