lunes, 30 de agosto de 2010

El otro talón de Aquiles de Superman


La extraña desaparición de Superman había conmocionado la ciudad. El miedo volvía a tomar las calles de Metrópolis y la gente comenzaba a sentirse insegura. Todo apuntaba al que Lex Luthor estaba detrás de aquella desgracia. Mientras se preparaba un gran plan para desentramar aquel misterio, la ciudad desconocía que Superman se encontraba en el sofá de su casa, cubo de helado en mano, triste y abatido porque Lois Lane lo había dejado por su profesor de yoga.

© Laura Sánchez González


El niño de la cicatriz en el cráneo

El niño de la cicatriz en el cráneo venía a visitarme cada noche. Se sentaba al borde de mi cama mientras yo permanecía inmóvil bajo las sábanas, petrificado por el miedo. Él me preguntaba cómo estaba tras salir de la planta de oncología y yo siempre le respondía brevemente por el temor de disgustarlo con mi respuesta. Después, se ponía a jugar hasta el amanecer con mis juguetes, haciéndome temblar cada vez que se enfadaba con alguna pieza rota y una risa demasiado grave para su edad salía de entre sus dientes de leche. Así, noche tras noche, su cuerpecito pálido se deslizaba hasta mi cuarto con la intención de encontrar aquello que le gané una mañana, antes de que la enfermera pasara por nuestro cuarto. Sus pastillas rojas serían para mí durante un mes. Lástima que no durara tanto tiempo...


© Laura Sánchez González

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